El Cid y su paso por Guadalajara

Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, es una de esas figuras en las que se mezcla historia y leyenda que dan personalidad a una época y a un lugar. Igual que Braveheart en Escocia, o Robin Hood en Inglaterra, el Cid representa un conjunto de valores que reflejan la realidad de un país en un momento determinado, y en ese sentido no cabe duda de que el caballero de Vivar se ha convertido en estandarte de virtudes que durante siglos han sido objeto de admiración y ejemplo de muchos.

En este artículo no hablaremos del Cid histórico, pues ya habrá tiempo para ello, sino del Cid literario, del héroe, cuyos viajes entre Castilla y Valencia convierten a la provincia de Guadalajara en uno de los escenarios principales de la obra. Guadalajara se muestra aquí como una tierra de frontera, de paso entre dos mundos muy diferentes, una característica que en mi opinión, no hemos perdido. Quizá el aspecto más interesante sea el hecho de que por primera vez varios lugares de nuestra geografía sean tratados de una manera poética y literaria. Sin duda, el autor de este poema tenía conocimiento, y gran respeto, por los lugares de Guadalajara que aparecen en el texto

Así, la obra comienza con el conocido y triste destierro del de Vivar, que parte de Burgos con unos pocos leales, entre los que se encuentra el legendario conquistador de Guadalajara, Álvar Fáñez de Minaya, tras haber dejado a su mujer y sus hijas en la seguridad del monasterio de San Pedro de Cardeña, en Burgos. El Cid y sus seguidores se dirigen al sur, buscando un medio de subsistencia que se les negaba en Castilla por orden del rey Alfonso VI, y que no podía ser otro que la guerra en la frontera. De esta forma, cruzan el Duero hacia el sur, y tras varias etapas llegan a Guadalajara, a las cercanías de Miedes, que era lugar de frontera, pues al sur de la sierra estaba el dominio del rey musulmán de Toledo:

“Es día ya de plazo, sepades que no más

A la sierra de Miedes ellos iban a posar (…)

Pasaremos la sierra, que fiera es y grande

La tierra del rey Alfonso esta noche la podremos abandonar

Después quien nos buscare, hallarnos podrá

De noche pasan la sierra, venida es la mañana

Y por la loma abajo piensan en andar

En medio de una montaña, maravillosa y grande”

jura santa gadea

La jura de Santa Gadea: el Cid hace jurar a Alfonso VI que nada tuvo que ver en la muerte de su hermano Sancho II, lo que provocó la animadversión del monarca por el de Vivar, y a la postre, el destierro

Así pues, en estos versos, quizá las palabras más antiguas conservadas sobre la belleza de nuestra sierra, las mesnadas del Cid llegan al territorio que actualmente es provincia de Guadalajara, y que en aquel momento era tierra hostil para los castellanos. Una vez en tierra enemiga, el Cid dirige su tropa hacia Castejón de Henares (“O dizen Castejón, que es sobre Fenares”), en cuyas cercanías Rodrigo y su fiel Álvar Fáñez planean un ataque para obtener botín. Así, el de Minaya lanza una incursión (algarada, en el texto) con varios caballeros hasta Guadalajara y Alcalá:

“Vos con doscientos caballeros id en algarada, allá vaya Álvar Fáñez,

Y Álvar Salvadórez sin falla, y Galín García, una fuerte

Lanza, caballeros buenos que acompañen a Minaya.

A correr, que por miedo no dejéis nada

Por Hita hacia abajo, y por Guadalajara, hasta Alcalá lleguen las algaradas

E bien cojan las ganancias,

Que por miedo de los moros no dejen nada”

Mientras su lugarteniente se lanza a la aventura, el Cid queda cerca de Castejón con el grueso de la tropa, preparando su ataque. Al despuntar el alba, aprovechando que los habitantes de Castejón habían salido de la ciudad, fuertemente amurallada, el Cid ataca por sorpresa y se dirige a las puertas desguarnecidas:

“Mío Cid don Rodrigo a la puerta se acercaba

Los que la tienen, cuando vieron el ataque

Tuvieron miedo y ésta quedo abierta

Mío Cid Ruy Díaz por las puertas entraba

En la mano trae desnuda la espada

Quince moros mataba de los que alcanzaba

Ganó Castejón y el oro y la plata”

De esta forma, asaltadas Hita, Guadalajara y Alcalá, y tomado el castillo de Castejón, las mesnadas del Cid recibieron una importante compensación de los habitantes de la zona para comprar la paz, tras lo que (bastante enriquecidos), marchan hacia Aragón:

“Se van Henares arriba, cuanto pueden andar

Cruzan las Alcarrias, e iban adelante,

Por las cuevas de Anguita ellos pasando van”

La marcha del Cid le dirige, como vemos, desde el valle del Henares hacia el Señorío de Molina, y desde allí hacia Aragón, donde someten a varios reyes musulmanes, llamando la atención del conde de Barcelona, que se enfrenta con el castellano, siendo derrotado también. Tras estas aventuras, marchan a Valencia, en manos también musulmanas, y consiguen rendirla tras ponerle sitio, en la que sin duda fue su mayor hazaña.

Las gestas del de Vivar no iban a pasar desapercibidas para Alfonso VI, que decide perdonarle. El nuevo trato de favor del monarca llega a oídos de los infantes de Carrión, dos nobles sin escrúpulos que, conocedores de las riquezas obtenidas por el Cid al tomar Valencia, buscan casarse con sus hijas, doña Elvira y doña Sol.

Mientras tanto, el Cid pide al rey que permita a su mujer y a sus hijas vivir con él en Valencia, a lo que el monarca accede. Rodrigo asigna la tarea de traer a su familia sana y salva desde Castilla a Valencia a su fiel Álvar Fáñez, para lo que pide ayuda de otro personaje de nuestra provincia: el alcaide de Molina, Abengalbón:

“Vayades a Molina, que yace más adelante,

Tiénela Abengalbón, mío amigo es de paz,

Con otros ciento caballeros bien os conseguirá”

Abengalbón no falta a la amistad con el Cid, y cuando Álvar Fáñez se dirige a Molina, se vuelca en ayudarle:

“Y el otro día vinieron a Molina a posar

El moro Abengalbón, cuando supo el mensaje,

Les salió a recibir con gran gozo que hace:

¿venís, los vasallos de mi amigo natural?

A mí no me pesa, sabed, mucho me place”

Molina de Aragón

Castillo de Molina de Aragón, siglos después, todavía imponente

Si el Cid pidió al alcaide de Molina cien caballeros de escolta, éste le concedió doscientos, y con ellos Álvar Fáñez y sus soldados pasaron “las montañas, que son fieras y grandes”, hasta llegar a Medina, donde recogen a la familia del Campeador.

Al volver a Valencia, pasan de nuevo por Molina, donde Abengalbón hace de nuevo de anfitrión:

“Vinieron a Molina, la que Abengalbón mandaba (…)

Entrados son a Molina, buena y rica casa,

El moro Abengalbón bien los sirve sin falla,

De cuanto aquí quisieron no tuvieron falla”

Así, tras la parada en Molina la mujer y las hijas del Cid llegan a Valencia, donde se produce el emotivo reencuentro, aunque la dicha dura poco, pues los musulmanes vuelven a la carga con nada menos que cincuenta mil soldados del rey de Marruecos, que el de Vivar consigue rechazar con apenas cuatro mil de los suyos, matando además a su líder en la contienda.

Habíamos dejado de lado a los infantes de Carrión, que vuelven a la escena principal tras esta batalla, logrando que Alfonso VI medie con el Cid para que case a sus hijas con ellos. Es interesante este tema, pues los infantes eran de la alta nobleza, mientras que el Cid no era más que un infanzón, por lo que este casamiento supondría mucha honra para el de Vivar, a la vez que muchas riquezas para los infantes. El amor, así como la voluntad de las hermanas, brillan por su ausencia en el poema.

Conseguido el beneplácito del Cid para la futura boda, los infantes se desplazan a Valencia, donde todo el mundo puede comprobar su cobardía y su falta de escrúpulos. Finalmente, los infantes, viendo que en Valencia las cosas no les salen bien y que han obtenido riquezas suficientes gracias al Cid, deciden marchar de vuelta a Carrión llevando a sus esposas con ellos pero, envidiosos del Cid y todas sus virtudes, deciden en secreto pagar su frustración con sus hijas durante el viaje.

El Cid, que parece desconfiar de las intenciones de los hermanos, pide a su sobrino  Félix Muñoz que les acompañe y proteja a sus hijas si es necesario. De nuevo, el viaje entre Valencia y Castilla pasa por Molina, por lo que el Cid dice a su sobrino:

“Por Molina iréis, una noche allí dormiréis

Saludad a mi amigo el moro Abengalbón

Reciba a mis yernos como el pudiere mejor

Dile que envío a mis hijas a tierras de Carrión

De lo que necesitasen sírvalas a su sabor

Y las acompañe hasta Medina por el mío amor”

Así, al llegar a Molina de nuevo Abengalbón muestra su hospitalidad, y les acompaña en su marcha con doscientos de sus caballeros:

“otro día mañana con ellos cabalgó

Con doscientos caballeros les acompañó

Iban por los montes, los que dicen de Luzón”

Los agasajos del molinés, en vez de ser agradecidos, despiertan la avaricia de los infantes, que traman la muerte del alcaide para robarle su riqueza. Afortunadamente, los soldados de Abengalbón escuchan las maquinaciones de los de Carrión, y avisan a su jefe, que se dirige así a los infantes:

“¿decidme, qué os hice, infantes de Carrión?

Yo sirviéndoos, y vos buscando mi muerte

Si no fuera por mío Cid el de Vivar

Tal cosa os haría

Y luego llevaría sus hijas al Campeador leal

Y vos nunca entraríais en Carrión jamás

Aquí parto de vos como de malos y traidores”

Tras la marcha de Abengalbón, los infantes y sus esposas, junto con el bueno de Félix Muñoz y la  escolta, pasan por Miedes y llegan a Robledo de Corpes, donde encuentran un enigmático lugar:

“los montes son altos, las ramas podían con las nubes,

Y las bestias fieras que andan alrededor.

Hallaron un vergel con una fuente limpia”

Allí, mandan a su escolta que marche mientras ellos se quedan con sus esposas y “con sus mujeres en brazos demuéstranles el  amor” (creo que no hace falta dar más detalles de esta escena), y a la mañana siguiente, perpetran la famosa “afrenta de Corpes”: atando a ambas hermanas a unos árboles, las desnudan y las azotan hasta dejarlas por muertas en el bosque, a merced de los animales salvajes.

Afortunadamente, el sobrino del Cid, Félix Muñoz, que algo sospechaba, se esconde en las cercanías del bosque, y al ver que los infantes salían de él sin sus esposas, se adentra sin ser visto para encontrarlas moribundas. Elvira y Sol consiguen salvar la vida gracias a los cuidados de su primo, y regresan a Valencia, donde el Cid, como es de esperar, clama venganza.

robledo de corpes

Inscripción en Robledo de Corpes

Gracias a la mediación del rey, la disputa se solventa de la manera más caballeresca posible: mediante un duelo entre tres hombres del Cid por un lado, y los infantes de Carrión y un familiar suyo por otro. La historia acaba de manera feliz (al menos para la mentalidad de la época) al vencer en el duelo los partidarios del Cid, y casándose ambas jóvenes con los futuros reyes de Navarra y Aragón, elevando la estirpe del Campeador a lo más alto.

Esta es la historia del Cid, y su paso por Guadalajara. Uno no puede evitar esbozar una sonrisa al reconocer esos nombres tan familiares, escritos por alguien hace 800 años. Es muy interesante comprobar como lugares tan cercanos y conocidos han pasado a formar parte de una de las obras literarias más importantes de la historia, y sin duda la que mejor representa en mi opinión a esta tierra de frontera que es Guadalajara, entre Castilla y Aragón antiguamente, entre el atasco madrileño y la paz del campo actualmente, y entre la Castilla vieja y la Castilla nueva por siempre.

Nota del autor: Espero que los puristas me perdonen que en las citas de la obra haya «traducido» el texto original del poema, en castellano antiguo, a nuestro idioma actual, para que sea más fácilmente comprensible. Me he basado en la transcripción del manuscrito hecha por Menéndez Pidal, que he modificado pensando en el lector, sin duda con más pena que gloria. Valgan mis disculpas por ello.

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