La familia de Cervantes, el duque y el cura gitano

Una de las características de los poderosos Mendoza alcarreños fue sin duda su debilidad por el sexo opuesto, y su facilidad para engendrar vástagos, no siempre fruto del matrimonio. Un caso muy curioso es el de uno de los hijos del tercer duque del Infantado (llamado el Grande porque con el se llegó al cénit del poder de la familia), don Martín de Mendoza.

Nació don Martín hacia 1489, del amor que el gran duque sintió en su juventud por una bella gitana llamada María Cabrera, que integraba una cuadrilla de gitanos que habían acudido a Guadalajara para participar en los festejos del Corpus. María era bailarina, y no le fue difícil cautivar al Mendoza, propenso por genética a enamorarse con facilidad. De estos galanteos nació Martín «el Gitano», del que nos dice el historiador Hernando Pecha que era «seco y moreno conforme a la madre», y según Layna, «cañí puro».

El duque decidió ser consecuente con sus actos y encargarse de dar un futuro más que digno a su hijo, al que siempre quiso como tal. Obtuvo del papa Julio II la dispensa para poder recibir beneficios eclesiásticos a pesar de ser niño, y lo consagró a la carrera eclesiástica. Con 20 años obtuvo el arcedianato de Talavera, que le daba cuantiosas rentas, todavía sin ser sacerdote. Cantó su primera misa hacia 1514 en la desaparecida iglesia de Santiago de Guadalajara, ocasión en la que su padre hizo gala de otra característica de los Mendoza: tirar la casa por la ventana en fiestas y eventos. Se engalanó la iglesia, y se celebró un combate fingido entre soldados disfrazados de musulmanes, con otros al estilo cristiano, en el que los segundos tomaban una fortaleza enemiga para después poner a los supuestos vencidos en manos del recién estrenado sacerdote, que les puso teatralmente en libertad.

Don Martín no solo gozó del cariño y rentas de su padre, sino que además consiguió ser reconocido por Fernando el Católico como hijo legítimo, sin duda gracias a la gran influencia del duque del Infantado en la corte. Esto le permitía acceder a posiciones de importancia como cualquier otro hijo de aristócrata. Así, don Martín «el Gitano», consiguió además del arcedianato de Talavera, el curato de Galapagar, las abadías de Santillana y Santander, y finalmente, el arcedianato de Guadalajara, a pesar de que el sacerdote «no vivió tan castamente que no dexase sucesión que hasta oy dura«, como nos dice el padre Pecha. Una vez legitimado como Mendoza, su padre el tercer duque del Infantado usó todas sus influencias para conseguir de Carlos V la mitra toledana para su hijo, aunque sin éxito.

El duque era muy aficionado a la música sacra, y una de sus aspiraciones era que su querido hijo Martín aprendiera canto de órgano. Para ello, hizo venir desde Andalucía a un tal Carmona, afamado músico al que puso a enseñar a don Martín este arte. Carmona, hombre ambicioso y sin escrúpulos, pronto se ganó el afecto del arcediano, a quien comenzó a manipular hasta conseguir incluso que le cediera el beneficio de las rentas de Galapagar. Obviamente, al enterarse el duque, se dirigió contra el embaucador con toda su ira, y éste decidió huir no sin antes llevarse el dinero que tenía guardado Martín «el Gitano». Carmona consiguió llegar a Roma, donde comenzó a medrar en asuntos eclesiásticos, consiguiendo gracias a sus malas artes que le dieran el arcedianato y el decanato de la iglesia de Sevilla, y regresando rico a España, a pesar de no ser siquiera sacerdote. Tras su regreso, Carmona cometió la temeridad de regresar a Guadalajara, donde en vez de encontrar la venganza de los Mendoza, recibió su perdón, e incluso recuperó su antiguo cargo, que pronto dejó para ir a medrar en la corte de Carlos V.

Pero no acaba aquí la historia de nuestro arcediano. En casa de su padre el duque servía Juan de Cervantes, abuelo del gran escritor castellano. Juan tenía una hija llamada María, de quien se enamoró perdidamente don Martín, fogoso como su padre, a pesar de ser sacerdote. El arcediano comenzó a rondar a la joven, consiguiendo que ella accediera y su padre lo consintiera a fuerza de grandes regalos para ambos. Todo el mundo en Guadalajara conocía la historia y no daban crédito, pero a los protagonistas les daba igual: don Martín había conseguido lo que quería, y María y su padre se estaban haciendo ricos, ajenos al escándalo que suponía ver a un sacerdote, y nada menos que el hijo del duque del Infantado, viviendo en la misma casa que una mujer, sin recatarse ninguno de mostrarse juntos en público.

Fruto de esta relación nació Martina (el nombre de la niña es suficientemente explícito), consiguiendo los Cervantes que don Martín les diera una enorme cantidad de dinero para su mantenimiento. Nada menos que 600.000 maravedíes para invertir en bienes que generaran rentas. A cambio, María se comprometía a quedarse viviendo con el sacerdote «para que él la tovyese por su amiga en su casa«. Como se ve, ninguno de los implicados se recataba lo más mínimo.

Así, los Cervantes siguieron sacando el dinero a don Martín, quien comenzó a darse cuenta de las implicaciones de sus actos y su inminente ruina de seguir dando dinero a ese ritmo. Por fin, un día, el sacerdote decidió echar de su casa a su amante y a su padre. Estos hechos sucedieron tras la muerte del tercer duque, su padre, y una vez el medio hermano de Martín y cuarto duque del Infantado, don Iñigo López de Mendoza, había decidido expulsar al abuelo de Cervantes de su palacio, pues por lo visto el buen señor, experto abogado, había estado aprovechándose de la casa ducal en su calidad asesor, sin ningún escrúpulo.

La guerra entre los Mendoza y los Cervantes estaba abierta, pero el abuelo del escritor del Quijote no se dejó intimidar. Se presentó ante el alcalde ordinario de Guadalajara y acusó a don Martín de haber tenido relaciones con su hija, diciendo que era menor de edad. Como compensación pedía que se embargaran los bienes de don Martín, y como éste estaba arruinado pedía que se procediera contra sus avalistas, dos mercaderes llamados Francisco de Ribera y Pedro Vázquez. Los duques decidieron jugar también sucio, y esa misma noche escondieron al alguacil que debía ejecutar tal embargo, dando tiempo a los mercaderes a esconder sus bienes, de tal forma que cuando la justicia entró en las tiendas de ambos, las encontró vacías, para enojo del abuelo de Cervantes, que pagó su ira con el pobre alcalde, al que acusó de estar al servicio del duque y su medio hermano. El alcalde intentó arrestarle por su insolencia, pero el hábil abogado consiguió escapar y acudir a la Chancillería de Valladolid (donde se dirimían los asuntos jurídicos de Guadalajara) para denunciar a los Mendoza.

Así comenzaron los pleitos entre ambos, siendo las acusaciones cada vez más graves. Los Cervantes comenzaron a temer por su seguridad, pues el poder del duque en Guadalajara era muy fuerte, y podían ser objeto de represalias. De este modo, decidieron marchar a Alcalá de Henares, suficientemente cerca de Guadalajara, pero lejos de la influencia de sus enemigos, desde donde siguieron los interminables pleitos. Éste es el motivo por el que el gran escritor Miguel de Cervantes nació en Alcalá, y no en Guadalajara.

 

 

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