La (casi) batalla de Cogolludo de 1429 y el futuro de un reino

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Castillo de Cogolludo (http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Castillo_de_Cogolludo.JPG)

 

El reinado de Juan II, en el siglo XV, se caracterizó por la existencia de diversas facciones nobiliarias que trataron de usar al rey como instrumento para acrecentar su poder. Una de las facciones era la liderada por los infantes de Aragón, hijos de Fernando el de Antequera, hermano de enrique III, proclamado rey de Aragón mediante el compromiso de Caspe, y tío de Juan II. Los infantes eran castellanos que, por circunstancias políticas, habían desarrollado parte de su vida fuera de Castilla. El poder de su padre les sirvió para llegar a las más altas dignidades posibles: el primogénito Alfonso sería rey de Aragón, mientras que su hermano Juan llegó a ser rey de Navarra y posteriormente rey de Aragón al suceder a su hermano mayor. El tercer hijo, Enrique, sería maestre de Santiago y duque de Villena. El cuarto, Sancho, fallecido en su juventud, maestre de Alcántara. El último varón, Pedro, siguió a su hermano Alfonso, muriendo en el sitio de Nápoles. Las hijas de Fernando el de Antequera también escalaron a lo más alto de la jerarquía social: María fue esposa de Juan II de Castilla, y Leonor se casó con Don Duarte de Portugal. Los infantes de Aragón formaron un sólido bloque político que trató de controlar al rey, chocando con el otro gran protagonista de Castilla en este reinado: el condestable Álvaro de Luna, verdadero hombre fuerte del reino, salvo durante algunos breves periodos en los que fue apartado de la corte, hasta su caída en desgracia.

Las luchas entre los infantes y el condestable marcaron el devenir de Castilla durante el reinado de Juan II. A este escenario se suma la existencia de una poderosa nobleza de lealtad cambiante, en función de sus intereses, entre cuyas filas se encontraban los Mendoza alcarreños, liderados por el marqués de Santillana. Tras diversas disputas, será en la batalla de Olmedo de 1445 cuando se produzca el enfrentamiento definitivo entre ambos bandos, cuyo resultado fue la derrota de los infantes, aunque la victoria de Álvaro de Luna no sería completa, pues su poder casi absoluto creó tal recelo entre la nobleza, que ésta conspiró hasta conseguir que cayera en desgracia y fuera ejecutado por Juan II en 1453. El monarca moriría pocos meses después, sucediéndole su hijo Enrique IV.

Este enfrentamiento por el control del débil monarca llegó a convertirse en una auténtica guerra civil, con distintos episodios de diversa intensidad, en los cuales la actual provincia de Guadalajara tuvo gran importancia, por ser una de las puertas entre Castilla y Aragón.

Uno de estos episodios es la batalla de Cogolludo de 1429, o mejor dicho, el amago de batalla, a la que nos referiremos aquí. Cuando el enfrentamiento se transformó en conflicto armado, el infante Enrique decide reunirse con sus hermanos en Aragón para preparar su entrada en Castilla por la fuerza. Al saberlo, Juan II decide parar sus hostilidades con los musulmanes, y pedir a sus primos que no atacaran, pero al no encontrar respuesta, comienza a preparar la defensa del reino.

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Vista de Cogolludo (http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Vista_de_Cogolludo.JPG)

Sin embargo, el débil monarca no conseguía reunir los apoyos necesarios para formar un ejército poderoso, pues la nobleza castellana dudaba si era mejor apoyar a su rey o aliarse con los invasores (los infantes de Aragón eran también nobles castellanos como ellos) para obtener tratos de favor en el futuro. Cuando la invasión era inminente, el condestable consigue permiso de Juan II para dirigirse a la frontera con Aragón con las pocas fuerzas disponibles, de forma que se retrasara el avance enemigo en la medida de lo posible. De esta forma, cuando el rey pudiera juntar más apoyos, se dirigiría al encuentro del condestable para formar un ejército más fuerte.

Así, partió el condestable don Álvaro de Luna desde Palencia, sumando en su camino hacia la frontera unos dos mil soldados, así como el apoyo de algunos nobles leales al rey. De esta forma llegó hasta Almazán, por donde sospechaba que atacarían los infantes de Aragón. Sin embargo, los invasores, bien sea por evitar la lucha con el condestable, o bien porque nuestro marqués de Santillana, Iñigo López de Mendoza, estuviera a buenas con ellos,  habían entrado en Castilla algo más al sur, y se encontraban en Hita, señorío del marqués alcarreño.

La situación se volvía crítica para el condestable, pues el enemigo tenía el camino libre desde Hita hasta donde estaba el rey, por lo que debió apresurarse a interceptarlos. Así, en las cercanías de Jadraque ambos bandos acamparon muy cerca unos de otros. El condestable con unos mil setecientos caballeros, y cuatrocientos de a pie, mientras los infantes de Aragón dirigían tres mill caballeros y mil infantes.

Los aragoneses movieron sus tropas hasta Cogolludo, donde se les sumaron ciento veinte jinetes y cien infantes más, traidos por el infante Enrique. La diferencia de números era, por tanto, claramente favorable a los invasores.

 A pesar de la situación, el condestable estaba decidido a dar batalla, y se dirigió a Cogolludo. Los aragoneses, al conocer su superioridad numérica, se prepararon para la batalla y se dirigieron contra el campamento enemigo en posición de combate. Viendo la situación, el condestable se preparó para la defensa. Aprovechó que su campamento estaba en una zona elevada, para defender su posición, y ordenó a los caballeros que lucharan a pie, para formar un bloque compacto contra el enemigo, poniéndose él mismo al frente de las tropas.

Así dispuestos, se dirigió a sus hombres, y les arengó de la siguiente forma:

«Señores e buenos amigos. Pues la justicia es aquella virtud que da a los caballeros en las batallas segura confianza de victoria, pensad bien cuanta justicia tiene en esta parte del rey nuestro señor, por quien hoy peleamos, e luego sentiréis cuan esforzados os hallaréis, para pelear y vencer. E si de la otra parte la generosa sangre de vosotros tiene aquel deseo de honra e de gloria que siempre tuvieron aquellos de donde vosotros venís, ved lo que la vuestra buena fortuna el día de hoy os pone delante, e como al bien hacer de vuestras manos tan grandes cosas promete. Es a saber, victoria de reyes tan poderosos, e muy cierto galardón de vuestro muy virtuoso rey, el cual os escogió confiando de vuestra virtud, para que la su justicia por el vuestro bien hacer hoy se demostrase e fuese ejecutada. Por eso, estad vivos e valientes, para herir en aquellos que ni justicia ni razón tienen»

 

Pero como si estuvieramos en un guión de cine, con los aragoneses preparando la carga, los leales a Juan II dispuestos a resistir, y el pueblo de Cogolludo como testigo de una batalla que iba a decidir el futuro de un reino, pues la victoria de los infantes les daría vía libre para capturar al rey, sucedió algo que cambiaría todo: de forma totalmente imprevista, y cuando las espadas ya estaban en alto, apareció el cardenal de Foix, legado del Papa en Aragón, que se interpuso entre los contendientes pidiendo que cesaran las hostilidades, porque de aquella batalla lo único que se conseguiría es la pérdida de valiosas vidas humanas, de los mejores soldados de Castilla y Aragón, lo cual sería muy perjudicial para España y la defensa del cristianismo contra los musulmanes del sur.

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El condestable don Álvaro de Luna (http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Alvaro_de_luna.jpg?uselang=es)

El condestable, muy contento con aquella intervención, que les estaba salvando de una derrota casi segura, aceptó una tregua, justificando que lo único que hacía en aquel lugar era defender a su rey de unos invasores. Los infantes, sin embargo, no aceptaban aquella mediación, que se interponía entre ellos y lo que consideraban una victoria segura, por lo que dispusieron sus tropas para continuar el ataque, haciendo oidos sordos de las súplicas del buen prelado.

Sin embargo, el cardenal no se dio por vencido, y cuando comenzaban las escaramuzas entre ambos bandos, consiguió convencer a los infantes de Aragón que al menos le dieran un día para poder negociar y evitar la pelea. Los aragoneses al fin aceptaron, y se retiraron a su campamento con idea de reanudar su ataque a la mañana siguiente si no obtenían resultados en las negociaciones.

Pero las negociaciones no avanzaron un ápice, y esa misma noche el condestable recibió refuerzos que animaron a sus hombres a resistir. A la mañana siguiente, ambos ejércitos se encontraban de nuevo uno frente a otro, para desesperación del cardenal, que veía que sus esfuerzos eran en vano, hasta que apareció, tras varios días de viaje a marchas forzadas, la reina María de Aragón y hermana de Juan II, que puso su tienda en mitad del campo de batalla con la firme determinación de evitar la batalla.

La presencia de la reina forzó a todos a negociar de nuevo. Su propuesta era que nadie en Castilla hiciera ningún daño a los infantes, ni les quitaran sus propiedades en el reino, a cambio de lo cual ellos se comprometerían a volver a Aragón. El condestable aceptó esta solución, pues acabaría con la invasión, que ponía en peligro el reino. También los infantes aceptaron, pues aunque la victoria en la batalla parecía clara, su posición era complicada, al saber que el rey Juan II se acercaba con refuerzos desde Atienza. Así pues, ambos bandos firmaron la tregua, volviendo los infantes a Aragón (haciendo no pocos destrozos por Guadalajara en su camino de vuelta).

Se dice que la reina salvó España en Cogolludo, pues evitó el enfrentamiento entre castellanos y aragoneses. En mi opinión, solo salvó al condestable de la derrota, y posiblemente de la muerte o la humillación, y al pobre rey Juan II le salvó de que los infantes le convirtieran un poco más que un pelele a su servicio. La acción de la reina de Aragón, in extremis, evitó un desenlace de la guerra muy posiblemente a favor de los aragoneses, pero no evitó la guerra en si misma, cuyo final llegaría en 1445 en la batalla de Olmedo, que como se ha dicho sellaría la derrota definitiva del bando aragonés en Castilla y en la que tendría participación decisiva el marqués de Santillana, ya si en el bando de los leales al rey.

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