La casa de piedra de Alcolea del Pinar

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Aspecto exterior de la vivienda, por Tomás Camarillo (Centro de la Fotografía y la Imagen Histórica de Guadalajara http://cefihgu.es/archivo/dc.html?id=4168)

Esta historia me ha parecido especialmente interesante por ser un ejemplo de la miseria en la que mucha gente de nuestros pueblos vivía a principios del siglo XX, así como el tesón y el esfuerzo por sobrevivir en un entorno muy difícil que caracterizaba a aquellas personas.

Vamos a viajar al norte de la provincia, al último paraje que encontramos en nuestro camino hacia Soria: Alcolea del Pinar. Una zona que se encuentra a una altitud de unos 1.200 metros y cuyos inviernos nunca pusieron las cosas fáciles a sus vecinos. Allí vivía a principios del siglo pasado Lino Bueno, un soriano humilde, nacido en Esteras de Medinaceli, que había llegado a Alcolea buscando poder comer todos los días. Don Lino era un hombre que no había podido ir a la escuela, y no sabía leer ni escribir, y que se ganaba la vida como peón de albañil, haciendo obras poco especializadas, junto con algunas labores de pastor que apenas le permitían sacar adelante a su familia. Junto a su esposa Cándida tuvieron quince hijos, pero el hambre, las enfermedades y la desgracia se llevaron a todos menos a tres. Así era la vida en nuestros pueblos en aquella época.

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Lino Bueno, en una fotografía de Tomás Camarillo (Centro de la Fotografía y la Imagen Histórica de Guadalajara http://cefihgu.es/archivo/dc.html?id=4543)

La necesidad agudiza el ingenio, y al no poder garantizar siquiera un techo a su familia, a Lino se le ocurrió una idea que rayaba la locura. Allí en Alcolea había una roca arenisca enorme, del tamaño de una casa, y nuestro albañil se dirigió al ayuntamiento pidiendo que se la regalaran, pues quería convertirla en su hogar. El alcalde, perplejo, accedió a la petición de aquel pobre hombre, sin acabar de comprender la empresa que se traía entre manos: ahuecar la roca con un simple pico, hasta poder usarla como vivienda para su familia. Así, en 1907 comenzó la titánica tarea, en los ratos que su trabajo se lo permitía, picando centímetro a centímetro de las entrañas de la mole de piedra. Comenzó por una pequeña habitación, que acabaría siendo común al dormitorio y la cocina, a la que se entraba por una ventana, que hacia 1915 cambió por la actual puerta principal, trasladándose entonces a vivir en ella.

En 1920, el Ayuntamiento, movido por la admiración a este hombre, le concedió la propiedad total del terreno donde estaba la llamada «Casa de Piedra», por lo que Lino se convertía en dueño de pleno derecho de aquella vivienda. En los siguiente años siguió tallando la roca, sin desfallecer, creando un segundo piso con un dormitorio que tenía balcón y ventana, y una chimenea que tuvo que tallar de abajo arriba tragando polvo durante meses. En 1928, tras 21 años de trabajo continuo, dio por terminada su obra, satisfecho por ver que su familia y sus descendientes tenían por fin una casa digna en la que vivir.

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Dormitorio principal, fotografiado por Tomás Camarillo (Centro de la Fotografía y la Imagen Histórica de Guadalajara http://cefihgu.es/archivo/dc.html?id=4544)

La disposición final de la casa, que recuerda a la de una vivienda actual, era de dos plantas, con varias habitaciones, cocina, comedor, una cochiquera y una cuadra. Una última habitación a medio excavar nos indica que, posiblemente, las fuerzas empezaban a flaquear al pobre Lino, muy anciano y castigado cuando por fin decidió dejar el pico y disfrutar de su obra. La vivienda no es ninguna cueva, pues al estar sobre la superficie disfruta de ventanas al exterior que le dan mucha luz y ventilación, haciendo la casa perfectamente habitable.

Lino pensó en todos los detalles al construir su casa: creó una mesa de piedra, tallada sobre la misma roca, junto a la entrada, para poder colocar en el futuro su féretro y el de su esposa para recibir las condolencias de sus vecinos el día que fallecieran, en un curioso ejemplo de la mentalidad de la época. También realizó agujeros en los lugares donde irían las patas de las camas, para que estas quedaran convenientemente niveladas, y dispuso clavos en las paredes para poder llevar los cables de la luz. En definitiva, una obra cuyos detalles nos indican que no estamos ante un refugio provisional improvisado, sino ante una obra definitiva, pensada y ejecutada conforme a una idea.

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Escaleras en la roca, por Tomás Camarillo (Centro de la Fotografía y la Imagen Histórica de Guadalajara http://cefihgu.es/archivo/dc.html?id=4599)

Ese mismo año, en 1928, llamó a la puerta de la casa nada menos que Alfonso XIII, acompañado de su esposa y un enorme séquito de autoridades entre las que se encontraba el general Primo de Rivera, pues la noticia de que un admirable loco había tallado sin ayuda una enorme roca para vivir en ella había llegado muy lejos. El pueblo entero se había engalanado orgulloso para acoger a la comitiva real, y el rey intrigado preguntó a Lino por la forma en la que se ganaba la vida. Al saber de la pobreza de su interlocutor, Alfonso XIII le hizo peón caminero, para darle así un sueldo fijo. Lástima que el afortunado fuera ya un anciano de 80 años, y aquel golpe de suerte, igual que la medalla de bronce al Mérito en el Trabajo que le concedió el gobierno en 1929, no hubiera llegado mucho antes. No fue el monarca el único visitante ilustre que se interesó por la obra de Lino Bueno, pues unos días más tarde llegaron los infantes don Juan, don Alfonso y don Jaime siguiendo los pasos de su padre.

Lino Bueno falleció en 1935, apenas un año antes del estallido de la Guerra Civil, por culpa de la cual la casa a la que había dedicado tantos esfuerzos se transformó en polvorín y refugio para el pueblo, mientras que su familia debía vivir en otra casa cercana. No hay que olvidar que la provincia de Guadalajara sufrió la dureza del frente de la guerra, con avances y retrocesos en ambos bandos a lo largo del eje de la carretera de Barcelona, puerta de un Madrid que era la clave de la guerra. Así, Alcolea no se libró de ser uno de los pueblos que sufrieron el ir y venir de tropas que iban y volvían del frente. Afortunadamente, tras la contienda, la familia de Lino recuperó la casa que tanto había costado tallar a su padre, y que ahora se ha convertido en una casa museo visitable, que ha acogido muchos viajeros curiosos que han dejado constancia de su presencia, entre los que se encuentra nada menos que Juan Carlos I.

 

Casa de piedra 5Lino Bueno posa orgulloso (Legado de Layna Serrano, Centro de la Fotografía y la Imagen Histórica de Guadalajara http://cefihgu.es/archivo/dc.html?id=1343)

 

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