Un alcarreño a la conquista de Méjico

 Nuño Beltrán 2

Don Nuño Beltrán de Guzmán, conquistador alcarreño.

Recién pasado el 12 de octubre, día de la Hispanidad, me ha parecido interesante escribir sobre algo que relacionara nuestra provincia con el descubrimiento y conquista de América por parte de la corona de Castilla.

Este día tan señalado ha estado siempre sujeto a interpretaciones interesadas que poco o nada tienen que ver con la Historia, escrita con mayúscula. Desde aquellos que han pretendido ver en esta fecha el comienzo de unas supuestas glorias imperiales españolas, a aquellos, cada vez más, que hablan de genocidio contra los pueblos nativos. No es nuestra intención abrir el debate sobre este asunto, pero ya que nuestra historia de hoy trata sobre un alcarreño destacado en la conquista de América, creo necesario al menos aclarar mi frontal rechazo a todo juicio histórico realizado desde los valores morales del presente. Los españoles (súbditos de la corona de Castilla realmente, pues a los aragoneses  les estuvo prohibido participar de la conquista de América hasta el siglo XVIII) no fueron allí para forjar ningún imperio, sino para buscar un ascenso social y una oportunidad de riqueza que en Castilla se les negaba. Tampoco se les puede considerar unos genocidas, al estilo de los del siglo XX, pues la debacle demográfica de los pueblos nativos fue provocada por epidemias cuya responsabilidad no se puede achacar a unos hombres del siglo XVI que desconocían lo más mínimo acerca de la propagación de enfermedades y cómo combatirlas.

Los castellanos que conquistaron aquel extenso territorio no eran héroes, ni tampoco criminales. Eran soldados, mercenarios curtidos que arriesgaban lo que tenían en empresas arriesgadas de carácter privado (no sufragadas por la corona, esto es importante) que rayaban la locura, con una mentalidad propia de su tiempo, y en consecuencia actuaron. Para comprender el fenómeno de la conquista debemos olvidarnos de nuestros valores del siglo XXI, y ponernos en la piel del soldado castellano del siglo XVI y sus penurias. Olvidemos esa historia de buenos y malos, que de pura simpleza suele ser falsa, pues ni los nativos eran unos estúpidos que se pasaban de inocentes y buenas personas, ni los conquistadores eran unos sanguinarios que llegaron dispuestos a matar y robar. La historia, como la vida, es mucho más compleja que todo esto. Había pueblos nativos que esclavizaban a otros, y los castellanos supieron verlo. Su mejor tecnología (acero, caballos y pólvora) les permitió ser el elemento desestabilizador de un precario equilibrio de fuerzas entre los distintos pueblos nativos, lo que les abrió el camino para hacerse con el control de enormes recursos muy valorados en Europa. Las epidemias traídas del Viejo Mundo, y la avaricia propia del ser humano, hicieron el resto.

Nada, en definitiva, que ningún pueblo conquistador haya dejado de hacer a lo largo de la historia, con la salvedad de que en otros casos la historia la escribía el vencedor, y en nuestro caso la escribieron los ingleses, creadores de la “leyenda negra”. Obviamente, la forma de contar un hecho difiere si lo haces tú mismo o tú gran rival, y en esas estamos, que mientras se alaba a los romanos por su labor civilizadora, ignorando que esclavizaron y aniquilaron pueblos enteros, en el caso español tendemos a olvidar los aspectos positivos para centrarnos en episodios concretos de matanzas que abarcaron unas pocas décadas en un periodo de tiempo de varios siglos.

Ni buenos ni malos, por tanto. Sólo gente de su época haciendo lo que su corazón y su cabeza dictaban (e incluyo aquí a los caciques nativos que trataron de aprovecharse de los extranjeros con arcabuces para doblegar a su vecino, y les salió el tiro por la culata). La conquista de América no es más que otro episodio histórico en el que el fuerte machaca al débil. Nada que no hayamos visto antes, y no volvamos a ver de nuevo. Nada de lo que sentirse orgulloso ni avergonzado, pues aquellos castellanos no somos nosotros, y aquellos nativos no son los ciudadanos de Hispanoamérica actuales, pues lo que pasó hace nada menos que 500 años es suficientemente viejo para que ya no se pueda hablar de “nosotros” y “ellos”.

Dicho todo esto a modo de advertencia previa, me gustaría centrarme en contar aquí la historia de un alcarreño destacado: el conquistador Nuño Beltrán de Guzmán. Dijimos que los españoles no eran héroes ni villanos, lo que no impide que hubiera algunos de aquellas dos categorías entre los muchos que allá fueron. En este caso, hablamos de un villano de los de película.

Don Nuño era un segundón de la familia Guzmán, una de las principales de la ciudad de Guadalajara, y cuyo palacio se encontraba cerca de Santa María, donde hoy está la residencia de estudiantes que lleva el mismo nombre. En aquella época, sólo el hijo mayor de las familias aristocráticas heredaba los bienes familiares, quedando muy poco para los demás hermanos, que debían buscarse la vida haciendo carrera militar o eclesiástica. Nuño, un hombre de carácter fuerte, más dado a la violencia que al rezo, decidió imitar lo que otros habían hecho: reclutar a unos cuantos mercenarios, reunir unos pocos barcos, y partir hacia el Nuevo Mundo en busca de fortuna.

Llegó a la Española en 1525, donde se le asignaron algunos territorios, debido a su calidad de aristócrata, pero su carácter era proclive al riesgo, y decide saltar a Méjico en busca de riquezas y mayor poder. Allí, el rey Carlos V le concede el cargo de gobernador de Panuco en 1528, y posteriormente es nombrado presidente de la Audiencia (tribunal que juzgaba delitos en nombre del rey, y controlaba la labor de los virreyes, haciendo de contrapeso de su poder, para evitar que se convirtieran en tiranos), cargo que provocó los primeros roces con Hernán Cortés, que era el hombre fuerte de la zona al haber sometido a los aztecas. El hecho de que Nuño fuera nombrado presidente de la Audiencia no fue casual, pues muchos nobles castellanos estaban alarmados por el creciente poder de Cortés, y buscaban una manera de hacerle caer. La más sencilla era crear rumores sobre supuestos abusos del conquistador a los indígenas, que forzaron al rey a crear esta Audiencia, que como hemos dicho serviría de contrapeso al poder de Cortés. Como es natural, la relación entre ambos fue de simple y llana enemistad a partir de este momento.

La labor de Nuño en estos años fue muy criticada, ya que comenzó a llevar a cabo expediciones militares por cuenta propia, en búsqueda de botín, para lo cual no dudó en masacrar a los indígenas, incendiando sus aldeas, y someter a torturas a sus principales jefes. En 1530, con unos 500 castellanos y unos 20.000 auxiliares nativos, conquista una gran zona de Méjico que recibiría el nombre de Nueva Galicia. Sin duda los números de la expedición de Nuño sorprenderán al lector (posiblemente los números estén exagerados, pero no así las proporciones ¿cómo pueden 500 hombres, por muchos arcabuces que llevaran, dominar a 20.000?). Y es que la conquista de América, como ya dijimos, es un proceso mucho más complejo de lo que nos dice la historia politizada, pues muchos pueblos nativos vieron en los españoles la oportunidad de dominar a sus vecinos, y no dudaron en colaborar con ellos…otra cosa es que al final, como hemos reseñado, les saliera mal la jugada.

Nueva Galicia

Mapa de la época de Nueva Galicia, en el actual Méjico

Don Nuño buscaba sin duda riquezas similares a las que había obtenido Cortés, pero las cosas no le salieron muy bien. Sus tropas sufrieron grandes penurias debido a la dureza del clima, así como a intentos de rebelión entre los auxiliares, que el alcarreño resolvió con mano dura.

Un ejemplo de estas penurias lo podemos encontrar en el siguiente fragmento de la Colección de documentos para la historia de México, publicada por Joaquín García Icazbalceta (http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/06922752100647273089079/p0000033.htm#73) :

 “Desde el río del Espíritu Santo fue el gobernador Nuño de Guzmán hasta el río de Hastatlan, como él dice, que habrá diez o doce leguas, el cual era una provincia bien poblada y grande: allí le aguardaron de guerra los naturales, aunque no a que aguardase a romperse, porque luego los desbarataron. Aquí asentó el gobernador su real encima de la barranca del río, y recogieron toda la más comida que pudieron para invernar allí, por respeto que las aguas estaban recio: aquí fallaron tanta provisión de comida, de gallinas de las de México, e maíz, e patos, e otras aves, que fue cosa extraña. E ansí con el buen pasto que fallaron, como por las aguas que eran recias, y el pesado ejército que llevaba, estoviéronse de asiento dos meses, de lo cual no poco daño se siguió al real, porque estando un día muy seguros, vino un deluvio tan grande que el río salió de madre por ciertas barrancas que tenía, y por muy ancho que era, que se llevó muchos de los pueblos de los indios que estaban poblados cerca del calor cristiano, e puso en tanta necesidad, que se salieron de sus ranchos e tiendas e se subían a los árboles, porque las tiendas estaban casi cobiertas de agua; y en todo la que podían determinar de sobre los árboles, no vían tierra, sino todo agua, si no eran las sierras que estaban lejos, y todos pensaron que era ya cumplida la voluntad de Dios, e que todo el mundo era agua, porque eran tantos los venados e otras alimañas e géneros de caza que el agua llevaba, que les ponía espanto; e ansí les llevó a los cristianos mucha cantidad de puercos, que después les hizo mucha falta. Duró esta venida todo un día, e luego abajó”

Nuño Beltrán

Representación de Nuño Beltrán de Guzmán en una de sus campañas

Proclive a creer las leyendas que circulaban entre los conquistadores, creyó incluso encontrar el Amazonas en Méjico, al encontrar una aldea de mujeres guerreras o “amazonas” (la realidad era que los hombres habían huido). Su obsesión por las riquezas le llevaba a torturar a los caciques locales para obtener información, pero su búsqueda fue en vano, pues el territorio en el que se movía era una zona pobre y desolada.

Uno de los episodios de mayor violencia cometidos por don Nuño fue la tortura del cacique de Michoacán, de la que nos da testimonio Juan de Sámano (http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/06922752100647273089079/p0000032.htm#72) :

“En veinte días del mes de Enero del año del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mil e quinientos e treinta años, llegó el muy magnífico señor Nuño de Guzmán, que a la sazón era presidente del abdiencia real desta Nueva España por mandado de S. M., al río de Nuestra Señora de la Purificación con el ejército que desta cibdad sacó, o con la mayor parte de él, donde asentó su real y tomó posesión y de allí adelante en nombre de S. M.; y allí fundó un ermita cercada de su muro y almenas, y puso nombre a la dicha ermita Nuestra Señora de la Purificación; y esta casa de Nuestra Señora y este río está cuatro leguas de Puruándiro, donde estuvo ciertos días esperando alguna gente que había de venir, que no era llegada; y allí por ciertos delitos que contra el Cazoncí, señor de la provincia de Mechoacan, se hallaron, a lo cual me remito al proceso que contra él se hizo, le mandó arrastrar a la cola de un caballo el dicho gobernador, y le llevaron a un palo donde fue ahogado con un garrote y quemado; y decía el pregón «a este hombre por traidor, por muchos muertes de cristianos que se le han probado»; y en este caso, para más verdad decir, me remito al proceso que contra él se hizo”.

Las noticias de las atrocidades cometidas por el alcarreño llegaron al rey. Es posible que fueran verdad, o también que fueran exageradas por personas afines a Hernán Cortés, que se había convertido en enemigo del Guzmán. Posiblemente hubiera un poco de ambas, pero el caso es que Carlos V decide mandar a otro alcarreño, Antonio de Mendoza, hijo del conde de Tendilla, como virrey, para poner freno a estas tropelías. Nuño fue encarcelado y enviado de vuelta a España por orden del Consejo de Indias, acabando sus días en 1544 en el castillo de Torrejón de Velasco, sin que hubiera llegado a tener ocasión de defender sus acciones en un juicio.

Deja un comentario